Amigos de la Montaña del Porma

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Sábado 21 de Junio de 2008

Costumbres - La noche de San Juan


La Noche de San Juan, tenía gran importancia en casi todos los pueblos del antiguo Ayuntamiento, especialmente entre la juventud que lo solía celebrar al modo y manera que en otros tantos lugares se hacía.

En alguno de ellos, era el día que los mozos colocaban en los tejados de las casas de las mozas, ramos verdes de tejo o acebo. Uno para cada una, y el más bonito, lo ataban a la veleta del campanario dedicado a la Virgen María.

Era también la fecha en que los chavales (15-16 años) pagaban sus derechos para poder pasar a coger la categoría de mozo y a partir de ahí, acogerse a los privilegios que ello le otorgaba : y¿cuáles eran esos privilegios?

Escribía don Daniel Reyero en La Crónica de León: “poder conversar libremente con las jóvenes”, “salir de noche a vociferar por las calles” y “tener derecho a llevar un grueso bastón a las romerías” para dar, si llega el caso, estacazos a diestro y siniestro a folloneros y malandrines.

Esta celebración dio lugar a variadas anécdotas por la zona.  Una de ellas ocurrió en Rucayo, uno de los pueblos donde la juventud celebraba esta noche con bailoteos, hoguera y chocolatada incluida.

Para la celebración, mozos y mozas, se encargaban de pedir por las casas, principalmente 'chocolate' y algunas “cuernas” llenas de leche recién ordeñada, para lo qué, en general, siempre encontraban buena colaboración.

También había gente que se negaba a ello, mandándoles a freír espárragos. Así ocurrió allá por los años 1930-40, cuando un ama de casa y su marido se opusieron a colaborar.

Como venganza, mozos y mozas, esperaron a las tantas de la madrugada; fue entonces cuando uno de los mozos, acostumbrado a imitar a cualquier animal que hiciese falta, subió a un tejado frente al dormitorio donde descansaba el matrimonio, y desde allí comenzó a emitir fuertes bramidos que imitaban a la perfección a uno de los toros atado en la cuadra.

Al momento, todos observaban con gran algarada como se encendía la luz del dormitorio matrimonial, escuchándose al paisano bajar escalera abajo para cruzar el corral atándose los pantalones, dirección a la cuadra a ver que pasaba al ganado. Como todo estaba en paz, volvía para la cama de nuevo.

Al rato, otra vez el toro reburdiando.

De nuevo bajaba corriendo hasta la cuadra, comprobando que el ganado estaba tumbado y en calma total. Otra vez volvería para la cama dónde su mujer le preguntaba:

— Pero, ¿qué le pasa al toro?

A lo que el buen hombre respondía:

— El toro está acostado y rumiando. No entiendo de dónde cojones viene ese bramido.

Así dos o tres veces más, hasta qué el paisano estaba a punto de volverse loco cuando preguntó a su mujer:

— ¡Oye ... mujer!  ¿tú has pagado las novenas al Bendito Cristo?