Amigos de la Montaña del Porma

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Domingo 17 de Septiembre de 2006

Recuerdos de Lodares * El toro y el toril


Domingo 13 de AGOSTO 2.006

La plaza de la Varga daba, entre otras, salida hacia el Toril, situado a la derecha, después de pasada una pontona de palera, que salvaba un pequeño reguero, lugar donde permanecía encerrado el semental de vacuno,

Este animal, que en muchos casos era descendiente de alguna vaca local, criado por tanto en el mismo pueblo, había sido elegido en su edad de ternero para tal fin por la expectativa de buen ejemplar que presentaba y, también, teniendo en cuenta la calidad contrastada de sus ascendientes.

A los tres años, más o menos, se había convertido en el semental esperado, permaneciendo encerrado de manera permanente en el toril, saliendo únicamente para beber agua en ocasiones y para cumplir su función de semental en otras.

Su enorme tamaño, sus lúgubres bramidos, sus escandalosos ruidos bufando y pateando; dando golpes contra todo, podían asustar a cualquier chaval y no sé sí a algún que otro no tan chaval.

Un vecino del pueblo, al que llamaban 'el torero', era quien le cuidaba en todo lo necesario, sacándole para cubrir cada vaca que salía “tora” del pueblo y, excepcionalmente, alguna de los pueblos limítrofes.

Para esta labor, lo sacaban a la calle -eso sí, bien agarrado con la anilla y la palanca con el arigón, y sin soltarlo, hacía su función perfectamente. Otras veces, quizás por asustarse la vaca de aquella impresionante bestia y sus soplidos, quizás por que él no estaba del todo decidido a cumplir con su obligación principal… lo soltaban en el camino que había frente a la corte de mi padre y el toril, con lo cual el espectáculo para los chavales, mitad de asombro y mitad de espanto, era uno de los pocos que se podían vivir en el pueblo, aunque eso sí, a una más que prudente distancia, parapetados detrás de alguna pared de los huertos lindantes o debajo de algún hórreo cercano.

Muy presente tenía yo lo que en muchas ocasiones había oído a los mayores. Y es que en una vez, uno de estos sementales, se marchó de su toril arrastrando el pesebre y todo cuanto pilló a su paso. Después de un gran despliegue de los hombres del pueblo, consiguieron darle caza en la zona de la fumaderna, no sin correr ciertos riesgos y quedando entre los mayores cierto temor a que aquello volviese a ocurrir, aunque para entonces el toro fuese otro.

Para más INRI y como ya dije antes, mi padre tenía la corte de ovejas enfrente a su toril, a la que me mandaban ir, cuando no para abrirlas, para encerrarlas. –Era entonces cuando mi infantil imaginación se poblaba de todas aquellas historias que había escuchado a los mayores-.

-¡ Que miedo y que apretones pasé por delante de aquel toril ! -. En zapatillas, nada de madreñas, iba yo a la corte. Apenas pisaba de puntillas pensando el evitar que me oyese. Cuántas prisas para qué las ovejas entrasen de cuatro en cuatro a ser posible, y volver corriendo a lo alto de la varga.

En mi vida he rezado más devotamente a la Divina Pastora, para que aquel toro no saliese nunca más de su toril.

Isidoro de la Fuente era el encargado de cuidar aquel animal huido, de nombre “el chato” y un día no hace mucho me recordó:

“-Yo cobraba del pueblo 200 pesetas/año. Al renovar la anualidad, pedí un aumento de 50 pesetas, pero el Presidente, entonces Rafael González, no me lo concedió, y otro vecino se quedó al frente de este cuidado por las 200 pesetas. El primer día que el nuevo cuidador fue a darle de comer, el toro lo extrañó y le atacó, obligándole a subirse a la tenada y, embravecido, arrancó todo cuanto encontró en su camino, incluida la puerta entreabierta del toril, que no era precisamente sencilla, para huir gamonal arriba hasta la zona de la fumaderna”

Recuerda que, una vez localizado, echaron para el lugar donde se encontraba, a la vecera de vacas, pensando que así sería fácil cogerlo, pero ello no dio el resultado apetecido. Finalmente él mismo lo cogió en “la juina” , junto al prado que era de María la Felisa.

Liberado el animal del tablón que aún arrastraba y que le había producido importantes heridas en sus patas delanteras, él mismo lo trajo hasta el pueblo sin que presentase ningún otro tipo de problemas. Era un animal manso .... recuerda Isidoro.


Benito González Huerta

Dibujo: David González Valdés