JLagüeria
Don Juan Antonio Posse, fue cura párroco de Lodares, entre sept 1.798 y marzo de 1.807 , pues esas son las fechas que figuran con su primera y con su última anotación en el libro de registro de la Iglesia.
'Fue este señor un cura de aldea, celebre por su ilustración, sus ideas exaltadas, la energía de su carácter y las persecuciones de que fue victima en 1.814 y 1.823'.
Así presentaba a don Juan Antonio Posse, en 1.883, Gumersindo de Azcárate cuándo publicó un pequeño fragmento de la autobiografía de Posse: 'Una autobiografía minuciosa, escrita para defenderse de quienes le perseguían como enemigo del Trono y del Altar. Posse es un ilustrado. Nació en un lugarcillo de la Jurisdicción de Vimianzo, en el Arzobispado de Santiago, estudia en León y Valladolid y se hace cura por deseo de sus parientes. Ejerce en parroquias Leonesas (Llánaves, Lodares y San Andrés). En aquellos apartados lugares en los que vivió como clérigo aprende francés e italiano para poder leer a Rousseau, a Fenelon, a los jansenistas. Posse es un hábil narrador. Su curiosidad le lleva a registrar múltiples detalles de la vida cotidiana, de ahí que sus escritos tengan interés tanto para los historiadores como para los antropólogos.'
En sus memorias, publicadas por Richard Herr , en lo referente a su curato de Lodares, escribe, entre otras cosas:
De su llegada a Lodares:
Tan luego como llegamos tomé posesión de Lodares, que me dio mi tío a presencia del Vicario y del pueblo. Había estado en Llánaves casi cuatro años, a contar desde la posesión, y distante solo siete leguas de este mi nuevo curato, y creía que se habría propagado mi fama por este país. Pero me sucedió casi lo mismo que a Cicerón, que volviendo de su cuestura de Sicilia, poco antes de entrar en Roma, preguntó a un caballero lo que se decía en la ciudad de su Gobierno.
-Pues ¿en dónde habéis estado? ¿de dónde venís? –le preguntó.
Quedó admirado, pero no corregido por esta humillación de su vanidad. Nadie me conocía ni había otra noticia mía sino la que dieron los carreteros, portadores de mi equipaje.
En su fiesta de presentación ante los feligreses de Lodares:
A este fin les dije en la primera fiesta que enterado de las eminentes cualidades de mi antecesor, deseaba imitarle y seguir en un todo sus huellas, y por lo mismo, les rogaba continuasen en el mismo orden que había establecido, tanto en la iglesia como en el pueblo, pues no pretendía sino imitarle en cuanto pudiese. Pero que de por de contado, diría la Misa en los días festivos más temprano para que los pastores y demás que tuviesen precisión de salir del pueblo, la oyesen y se enterasen de la Religión oyendo mis pláticas. No fue necesario más para ser querido en la parroquia y cercanías. Los parientes del difunto fueron los que más preconizaban al cura de Lodares, aun antes de conocerle. De manera que sin hacer nada de sólido y de real para mi gloria, ya tenía una fama bien extendida.
En cuanto a la Jurisdicción, sus producciones y gentes de Lodares, dice:
El lugar es uno de los doce que componen la jurisdicción de Peñamián, del Señorío de los Obispos de León, los cuales nombraban Jueces, escribano y demás. El merino solamente era para guardar las aguas. En Vegamián, como cabeza de partido, se celebran las juntas y Ayuntamientos de los doce lugares, está la cárcel, escribano, etc., etc. Los Jueces residen en los lugares de su domicilio según su turno. La gente de Lodares es bastante pulcra y obsequiosa; pero ya viciada por el lujo. Los hombres, menos feroces que los de Llánaves, y al contrario, las mujeres, más dominantes y orgullosas. Por lo general eran bastante morigerados, dóciles, afectuosos, laboriosos, devotos. Oían Misa cuando la había, asistían al Rosario casi todos los días sin omitir devoción alguna. No he notado más defectos que una demasiada inclinación al vino. Se cría y coge de todo: trigo, corricasa, centeno, cebada, lino, legumbres, hortalizas; hay buen ganado lanar y vacuno, que produce exquisita leche, manteca, queso y carnes: El carnero es muy delicado y sabroso. En los lugares de la Jurisdicción hay muchas fiestas, lo mismo que en los de las inmediaciones, valles de Reyero y Lillo.
Durante sus estancia en el curato de Lodares, aprendió el italiano y el francés. Además consiguió permiso de la inquisición para leer libros prohibidos. Referenciando a Platón, dice: Platón, estando para morir, daba gracias a Dios, especialmente por tres cosas: por haber nacido hombre y no bestia, por haber nacido en Atenas y no bárbaro, y por haber nacido en tiempo de Sócrates.
En consideración a esto, yo se las doy por otras tres como él: por haber nacido hombre, por haber sido cura de Lodares, y por haber visto la revolución.
Si no hubiese sido cura de Lodares, no habría aprendido la lengua francesa ni leído las obras del abate Mabli, lo que considero como uno de los más distinguidos favores de la Providencia divina y como un gran tesoro de que no puedo ser privado. Tampoco acaso hubiera aprendido la lengua italiana, en que hay tan buenos libros.
En Vegamián, tenía buena relación con don Matías Castañón, tío de un Guardia de Corps, llamado Federico Castañón, del que dice:
La relación que llevaba con el tío la continué con su sobrino. Toda esta familia tiene una excelente producción, y el lenguaje muy ameno. Pero el Guardia sobresalía y era de una conversación encantadora; sobre todo tenia mucho mundo y un gran conocimiento de las mujeres, porque su gran natural y su larga mansión en la corte, se lo habían facilitado. Nos juntamos en casa de su tío, en la mía, en las fiestas, en los paseos, y casi a todas horas quería estar con él.
Me hablaba de ciertas clases y de cosas contra lo que yo había experimentado y conocido. En medio de haber sido muy recatado, sobre todo en materias lúbricas, llegó a hacerse muy tratable, y a envenenarme en cierto modo. Me hacia llevar a las ancas algunas jóvenes que buscaban pretextos, o se los buscaba él para que las tomase en mi caballo y llevarlas a sus casas de noche. De mi lado, ya me iba familiarizando con esta costumbre, aunque contraria a las Sinodales; y sirvió de pretexto para contraer amistades algo peligrosas. Por no enseñar el mal y ofender a las buenas costumbres, dejo de referir algunos casos que pudieran servir para conocer los efectos de las malas compañías, y aun de las más inocentes en las personas menos prevenidas.
De sus feligreses, de su iglesia, de la casa donde vive en Lodares, escribe lo siguiente:
Mis feligreses estaban contentos conmigo, yo con ellos. La renta de mi curato era más que lo preciso para sostener mi estado. Tenia buena casa, buena iglesia, un buen acopio de libros, cual tenían pocos eclesiásticos. Algunas pocas desavenencias en la Parroquia se componían al momento. Entraba en las concurrencias y fiestas de la circunferencia; una buena voz, una figura no despreciable junto con la viveza de la juventud, me hacían desear y gozaba de todos los regalos. En una palabra, no debía pensar en otra cosa sino en estarme quieto y gozar de las comodidades que me había proporcionado la divina Providencia. Confieso ingenuamente que tenia todos los agrados y placeres que podía desear, si los gozase en el país de mi nacimiento. Pero tengo por mi Patria todo el amor y toda la ternura de que un hombre puede ser capaz. Creo que he dado de esto pruebas bastante grandes para impedir que nadie pueda dudarlo. Por lo mismo quería acercarme a ella y ponerme en proporción de visitarla. León y sus inmediaciones ofrecían a mi idea estos medios y las demás ventajas de que al parecer carecía en Lodares. Muchos y buenos libros, abundancia de personas instruidas con quien tratar, médicos, boticas, carnes, buen pan y otras comodidades que mi imaginación exaltada me figuraba mejores para mi bienestar, todas las consideraciones me obligaron a pensar en aproximarme a la ciudad luego que hallase proporción.
Así, y después de haber opositado a las parroquias de Puente Castro y Villavalter y no haber sido aprobado, con la ayuda del Obispo de León consiguió la de San Andrés del Rabanedo, donde tomó posesión como nuevo cura el 6 de marzo de 1.807. Así se depidió de Lodares:
Apenas amaneció, mandé tocar a misa, y antes de subir al altar, ya estaba la iglesia llena de gente. A pesar de mis precauciones, se pudo traslucir que iba a despedirme en este día, porque concurrió más de medio Vegamián a la Misa, entre estos don Matías Castañón y don Alonso de Caso, con mujeres y toda la familia de mi antecesor. Concluida la Misa, me volví al pueblo, y mirándoles un poco, los mande sentar, para decirles adiós por la última vez como su cura.
Al punto prorrumpieron en gemidos y llantos, de tal manera, que yo también lloraba. Después de un rato de desahogo, les dije:
-Señores: si ustedes no callan, me voy a caminar sin despedir . Se contuvieron un poco; mientras tanto, comencé por referirles los motivos de mi marcha de la que el señor Obispo era la causa. Que los obispos eran los canales por donde debemos tomar las pruebas de ser llamados de Dios al gobierno de las almas. Que sería resistir a la divina vocación no seguir a donde me llamaban tan decididamente.
-Por lo demás, creo -les dije- haberles dado bastantes testimonios de mi cariño, y jamás se borraran de mi corazón.
Decía esto como entrecortado y ahogado por mis propios sollozos. Así todos daban gritos y ayes, que me traspasaban. De aquí en adelante ya no guardé más orden ni memoria de lo que había de decirles, distraído por sus clamores.
-Ustedes, ¿ por que lloran ? -les preguntaba-. Aquí en esta Custodia les dejo el Señor Sacramentado; en este altar tienen a su patrón y abogado San Pedro; los Ángeles custodios, protectores de este lugar , jamás cesaran de pedir a Dios por vosotros; dentro de esta iglesia yacen vuestros antepasados. ¿De que os quejáis? Un hombre solo es el que camina.
Y diciendo esto, por un movimiento involuntario, me postre de rodillas hacia el altar y el pueblo a pedir a Dios Sacramentado, a San Pedro y a todos los Santos tutelares de la parroquia, para que derramasen sobre unas gentes tan amantes y cariñosas el rocío celestial.
Después me levanté, hice una breve pintura de mis defectos, y concluí:
-Pero, mis amados, bien sabéis que no he adquirido un palmo de tierra entre vosotros. De aquí no sacaré más nada de lo que he traído, excepto los libros necesarios para mi estado. No he enriquecido a mis parientes a costa de vuestros sudores, porque puedo asegurar que no les he dado el valor de mil reales, aunque me han visitado algunas veces. Bien sabéis que no he malgastado nada en borracheras y glotonerías, nada en comilonas y en excesos. Si he visitado las fiestas y frecuenté las romerías de los Santos de la circunferencia no ha sido a vuestra cuenta: ellos han tenido la bondad de admitirme en su casa y regalarme sin ningún interés.
Tampoco he solicitado a vuestras mujeres, ni he corrompido a vuestras hijas. Y aunque haya sido malo, siempre he procurado no escandalizaros ni daros ningún mal ejemplo. He procurado deciros siempre la verdad, o lo que creía que lo era, y si acerca de esto, y en lo tocante a mi deber de predicaros, he sido omiso y descuidado, os ruego me lo perdonéis y pidáis al Eterno Juez me lo perdone con las demás faltas e ignorancias que haya cometido. Yo me marcho; pero sabed que mi corazón queda entre vosotros mientras viva. Jamás os olvidaré; sabed que nunca se cerraran las puertas de mi casa para ninguno de vosotros.
Cuando llegué a estos efectos, fue tal la conmoción, que la iglesia parecía un mar en lágrimas y suspiros.
Me pare un poco para dar lugar al desahogo y ver si me quedaba algo que decir de substancial. Solo me ocurrió tratar de mi sucesor, que era lo que más les interesaba. Después de decirles cuanta es la dicha de tener un buen cura, les encargaba de pedir incesantemente a
Dios les concediese esta gracia, la más especial y la más grande que podían conseguir después de la salvación.
-Sin embargo, os digo y repito: que unos buenos feligreses hacen un buen cura. Que un cura, por bueno que sea, no será más que un hombre, que tendrá todos los defectos de la humanidad, y que, por lo mismo, tendréis que sufrir y soportarle las faltas que no sean contra el bien común de la parroquia, o que no provengan de un corazón corrompido y depravado por la avaricia y las malas costumbres.
Todo eso fue acompañado, no con votos y aplausos, como se suele, sino con lágrimas y suspiros infinitos de todos los presentes, que me lloraban como si fuese su padre común. Confieso que hay momentos en la vida del hombre que dulcifican las penas de que está sembrada nuestra carrera mortal. Este día me ha hecho derramar mas lágrimas que nunca hasta hoy. Pero tampoco he tenido ni tendré acaso nunca día mas glorioso. Estas demostraciones del amor de todo un pueblo debían llenar mi alma sensible de las ilusiones del amor propio más acendrado y deseoso de reputación y de gloria. De este modo, me despedí de mis feligreses y deje un país que hacia el encanto y las delicias de mi vida y mocedad.
Fuente: Memorias del cura liberal Don Juan Antonio Posse.
Edición a cargo de Richard Herr
Centro de investigaciones Sociológicas- Madrid.
En coedición Siglo XXI de España Editores,S.A.