Estaba situado Lodares en el fondo de un valle, a cobijo, por el norte, de la peña de la Vega y al mediodía por la del Peñaruelo, entre las que serpenteaba un pequeño riachuelo que nacía en el Piornal y que se le conocía con el mismo nombre que al pueblo. En verano estaba prácticamente seco, pero en épocas de deshielo, anegaba praos y huertas en la zona bajera del pueblo, queriéndose parecer así al Porma, al que contribuía con sus aguas pasado Vegamián.
A medio camino entre Lodares y Vegamián, lo pasábamos por encima en el puente conocido como “el canalón”, donde en su poza sur, era fácil observar algunas truchas en las sombras que proyectaban las salgueras. Era aquí también donde recuerdo en alguna ocasión haber ido para pedir los perdones el día de San Pedro, a la espera de los mayores que venían de la feria de Boñar.
Sus casas y sus calles.
Sus casas, todas de piedra y madera eran de regular calidad, aunque como no podía ser de otra manera, las habría mejores y peores. Todas con suministro de energía eléctrica pero a falta de agua corriente.
El pueblo tenía tres calles, llenas de polvo en época de verano y de barro y boñica cuando llovía.
Situadas casi en forma de cruz, sus nombres eran:
La Varga, que iba cuesta arriba desde la entrada llegando de Vegamián, prologándose hasta su final en Casa de tío Rafael.
La de los bolos, subiendo a la derecha, que iba desde la Varga hasta su final en las huertas del corredero. Bautizada así, porque antiguamente se jugaba en ella a este juego.
Y Cuesta de La Varga, subiendo a la izquierda, que partía de la calle La Varga, formando una plaza del mismo nombre donde estaba la Escuela, y donde los días festivos de verano, los paisanos jugaban a los bolos en la hora de la siesta.
Cuando ellos acababan, comenzábamos los chavales, si es que aquel día no nos tocaba ir con las vacas, o a coger gamones u hojas de roble en las matas para cebar a los cerdos.
Las viviendas habitadas que yo recuerdo por el año 1966, eran: viniendo de Vegamián, la primera entrando a mano derecha, la de tío Julio y Nieves. Con su portalón para guardar el Renault 4, el primer vehículo a motor dado de alta en el pueblo.
Lindando, frente a la fuente de abajo, vivían Félix y Elena. Esta casa, es la única que yo recuerdo ver acabar de construir en Lodares en el año 1.960, aproximadamente.
A partir de aquí, cuesta arriba y siguiendo por la derecha, pasada una pequeña pontona, estaba la vivienda de Benigno y Soledad; una casa deshabitada de Maria “La Felisa”, que daba paso por un portalón a casa de tío Paulino y Socorro, otra de Florencio Fernández, donde vivían Jesús y Neli. Frente a la fuente del medio un estrecho camino que daba paso a casa de tío Paulino en su parte alta, distintas dependencias hasta llegar una pequeña casa donde vivía María “La Felisa” dando lugar al brazo derecho de la cruz, donde nacía la calle de los bolos.
Siguiendo esta calle estaba a la vivienda de Epifanio y Segunda, pasando el puente del reguero, una huerta de Leandra donde había unas manzanas rojas riquísimas, a la que solíamos asaltar los chavales para cogerlas y donde una noche de verano nos sorprendieron a unos cuantos robándolas. No se de donde salió la aparición, pero se presentó el amo y nos sorprendió, escapando todos y cogiéndome a mi que estaba convaleciente de una caída de moto. Y como no podía ser de otra manera, me arreó unos verdascazos que me dejaron el culo del color de las manzanas por unos cuantos días.
A continuación la casa de Celedonio y Elpídia; vivienda de Tomasina y el matrimonio Isidro y Sara; vivienda de Isidro y Ángela, la única que por aquel entonces tenía agua corriente en su cocina, proveniente de un pozo artesiano que había en la parte alta del corral; y de vuelta a la otra mano, estaba la vivienda de Gregorio de la Fuente y Lucia. Pasado de nuevo el puente del reguero nos encontramos con la casa de Ambrosia y una pequeña cuadra de Leandra, además de la casa de Francisco Alonso, todas por su parte trasera.
Volviendo a la calle principal y siguiendo por la derecha, la primer casa haciendo esquina era la de Paco y Ceferína; a continuación y frente a la torre de la iglesia, una estrecha calle daba acceso a la vivienda de Ambrosia; luego venia la vivienda de Luciano y Cándida; vivienda de Tosa, donde también vivía Doña Ramona, y lindando a ésta la del tío Gaspar y Tomasa; un poco metida hacía atrás, estaba la vivienda de tío Martín y Faustina, acabando la calle por esta mano en la casa de Toso y Marucha, frente a la cual había dos hórreos en buen uso.
Volviendo a la entrada del pueblo, a la izquierda estaba el bar de Benigno, que siempre estaba cerrado, así que nadie se emborrachó en él, vivienda de Adriano y Sagrario; vivienda de David y Gregoria; a continuación una pequeña calle daba entrada a la vivienda de Teodora y cuadra de Paulino. Más arriba, casa de Joaquina y otra calle daba entrada a la vivienda de Gregorio y Tomasa y a través de un portalón de servidumbre entre estas, estaba el acceso a la vivienda de Joaquina; vivienda de los hermanos Ignacio, Eladia y Félix.
A continuación estaba la casa Escuela y delante de ella, la fuente del medio. Aquí nacía el otro brazo de la cruz, el de la izquierda subiendo, con una pequeña plaza, la plaza de la Varga, donde estaba la casa de tía Rosa y un bien conservado hórreo propiedad de Gaspar. Daba salida esta plaza a una pequeña calle en cuesta del mismo nombre, que nos llevaba hacía donde vivía Matías y Modesta y alguna que otra vivienda deshabitada, además del lugar donde había ubicados tres hórreos bien conservados; salida natural hacía el toril, el prao del toro (Gamonal) y hacia la vega, Piornal, el valle de Reyero, etc.
Siguiendo calle arriba por la izquierda, frente a la calle de los bolos, estaba la casa concejo del pueblo, donde la principal celebración la hacían los lugareños el día de San Silvestre que, reunidos en concejo, daban solución a los problemas comunales que tenían planteados, para acabar con una merienda de la cual el vino corría a cargo de la Junta Vecinal.
Después venía casa de Ángel, y entre ésta y la iglesia, la calle que daba acceso a la casa de Aniceta, las huertas y los tres hórreos de tras la villa, casi todos ellos en desuso, de lo que nos aprovechábamos la chavalería para ejecutar allí nuestras pifias.
A continuación subiendo, la Iglesia, toda de mampostería, con un campanario esbelto de dos campanas, grande y pequeña, y junto a ella el cementerio.
Pasada ésta, estaba casa Rectoral ya no en sus mejores condiciones para luego, otra pequeña calle dar salida a la parte alta de tras la villa, y ya llegábamos a casa de Ulpiano, frente a la fuente de arriba donde se abría otra pequeña plaza, luego venían la casa de Antonino, la de Joaquín y Fidela y por último a esta mano, la última del pueblo y en lo más alto, la casa de tío Rafael y María que hoy todavía se mantiene en pié, junto con la de tía Ángela, al otro lado y al final de la calle de los bolos. Ambas sometidas a un doloroso e incomprensible abandono por parte de la Confederación. Todas ellas tenían como anexo cuadras y corte para ovejas, además de la cocina de horno.
La Iglesia, con un bonito retablo donde destacaban las imágenes del Nazareno, de la Dolorosa y el Camarín, siempre bien cuidado, con la imagen de la Divina Pastora dentro, sería el edificio más importante, como ocurría en casi todos los pueblos de la zona.
Sus hórreos.
En 1752 había en Lodares 22 hórreos según el libro 'Las cabeceras del Porma' de Matias Díez Alonso y Olegario Rguez Cascos. Don Daniel Reyero, dice que en el año 1.926 había en Lodares 20 hórreos, que yo recuerdo en numero de 8-9 en 1.966, aunque ya entonces en desuso la mayoría.
Sus fuentes:
La de arriba, la de abajo y la del medio. La de arriba y la del medio recibían el agua directa del manantial de la Fumaderna, cuya traída se había inaugurado en 1.919 , con dos caños cada una y pilón para beber el ganado; la de abajo era sólo para abrevadero del ganado y se cargaba con agua sobrante que, debidamente entubada, bajaba de las otras dos.
El reguero:
Recogía las frías aguas de la fuente de la Fonfría, atravesando el pueblo de arriba abajo, paralelo a la calle principal, la calle de la Varga. En su transcurrir por lo que era el casco urbano, lo recuerdo en otoño lleno de manzanas y otros frutos caídos al suelo. Era un lugar de huida y escondrijo para los chavales que, después de alguna travesura, caminábamos por él a sabiendas de que nadie nos vería.
Ya en aquella época, aunque no había lavadoras, frigoríficos ni lavavajillas que tirar a él como es ahora frecuente en nuestros ríos, si que se acumulaba bastante suciedad, sin duda por el escaso caudal que llevaba, que no era suficiente para lavar su lecho. Así era frecuente ver cuerpos de alguna camada de perros o gatos, a los que sus dueños habían dado fín al poco de nacer, ahogándolos en este reguero, seguramente después de una criba para quedarse con los ejemplares más prometedores y despreciando estos, quedando sus cuerpos corrompidos al descubierto cuando llegaba la época estival y el reguero quedaba sin agua. Desde luego no era el lugar más atractivo del pueblo.