Amigos de la Montaña del Porma

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Miércoles 5 de Marzo de 2008

El cementerio de Lodares


Eran los años 1967-1968, cuando definitivamente fueron borrados del mapa los ocho pueblos desaparecidos bajo las aguas del Pantano de Vegamián o embalse del Porma, como se acostumbra a llamar ahora.

El cementerio de Lodares estaba junto a su Iglesia, en la parte alta del pueblo y, aunque muy cerca, por encima de la cota máxima de embalse, lo que significa que nunca lo va a cubrir el agua. En él descansaban nuestros seres queridos hasta la desaparición del pueblo, y en él quedaron sin que existiese la más mínima cautela por parte de CHD para dejar protegido el lugar, al resguardo de animales de toda especie, mientras nos obligaron  a abandonarlo todo, dejando allí lo que más dolía dejar —nuestros muertos-  sin tan siquiera poder manifestar una mínima disconformidad, porque, ya lo sabemos,  no era época para semejantes cosas.

Los años fueron pasando y ya en los ochenta se observó como comenzaban a aflorar a la superficie restos humanos, consecuencia del enorme trasiego de ganado vacuno que frecuentaba el lugar. Fue entonces cuando a través de la Asociación Amigos de la Montaña del Porma, se hicieron gestiones con la Confederación, lo que llevó a ésta a intentar solucionar el problema, echando una losa de hormigón sobre parte, que no sobre la totalidad de lo que había sido el antiguo cementerio.

Ocurre que esa superficie hormigonada, es ahora la zona más cómoda que ha encontrado el ganado para sestear y descansar en cualquier época, y sus cuidadores para echarles de comer, sin que nadie repare en lo que hay debajo.

Siendo importante el número de reses que transita por allí, la solera de hormigón se ha deteriorado en exceso, por lo que si no se toman medidas de inmediato, pronto tendremos restos a la vista otra vez.

Y como una imagen vale más que cien palabras, ahí quedan unas fotografías hechas hoy mismo, menos la de las vacas sobre él, que es del 2006, donde se observa claramente lo que manifiesto.

Ante esto, no es difícil imaginar el dolor añadido que esto provoca a los que allí dejamos enterrados a nuestros seres queridos, a los que ni tan siquiera podemos honrar como es común en este país el día de todos los Santos cuando, creyentes o no, van camino del cementerio para homenajear a sus muertos con flores, con oraciones, con cánticos, con silencios — que esto cada uno lo puede hacer como quiera- pero nosotros no podemos ni acercarnos, pues nuestro cementerio, no es que esté cubierto por una losa de agua, es que está cubierto por toneladas de estiércol por culpa de un trato irresponsable, haciendo imposible el acceso si no es a riesgo de morir atollado en el intento.

En unos tiempos que nuestros Gobernantes afirman que “el modelo constitucional de convivencia del que disfrutamos, es el más fecundo que hayamos tenido nunca” (que dure mucho), promulgando leyes a favor de las gentes que sufrieron consecuencias devastadoras en los años de la dictadura, no parece de recibo que, en la actualidad, y por parte de quien corresponda, no se atiendan casos como éste, que llegan a herir la susceptibilidad de las personas, máxime cuando darle una solución supondría unos costes irrisorios.

Bien haría la Confederación Hidrográfica del Duero, en hacer un cerramiento adecuado a éste que, aunque no lo parezca, sigue siendo un cementerio, para evitar definitivamente el problema planteado, dando así una “justa satisfacción” a unas gentes que sacrificaron tantas cosas para contribuir a acrecentar esta sociedad del bienestar.

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