Como todos los años, llegó el otoño y lo hizo como siempre, con un mensaje bien claro: bajada de temperaturas en general, en especial por la mañana y por la tarde, preludio de un invierno largo y frío, que para eso vivimos en un clima continental, ese que nos entumece de frío durante nueve meses y nos ahoga de calor los otros tres.
Pero quizá el mensaje más claro con que anuncia su llegada, es el que observamos en el cambio de colorido de los árboles y plantas en general, y esto gana hermosura en la montaña, en todas las montañas, donde la cantidad y variedad de especies arbóreas hace que las laderas de peñas y valles adquieran unos tonos multicolor espectaculares, mezclando el dorado de chopos y abedules con distintos tonos ocre de roble y hayas, entremezclados con pinceladas del color rojo de los cerezos montiscos sobre el fondo siempre verde de pinos y tejos.
Si nos ceñimos al alto Porma, muchos son los lugares que ofrecen en esta época esa amalgama de colores, invitándonos a pasear por sus caminos alfombrados y contemplar el hermoso y descuidado ropaje de árboles y plantas, cuando tan solo hace unos días dominaba el casi eterno y vigoroso color del verano.
Es la época que se brinda a la fotografía —cuando los peores fotógrafos hacemos las mejores fotos― a la melancolía, a la poesía. Es la época que inspiró a tantos poetas a escribir sobre él:
En llamas, en otoños incendiados,
arde a veces mi corazón, puro y solo.
El viento lo despierta, toca su centro
y lo suspende en luz que sonríe para nadie:
¡cuanta belleza suelta! (Octavio Paz)
Vicenzo Cardarelli llama otoño a ese tramo de la vida que va de la plenitud a la vejez en este poema:
Así pasa y decae,
como pasa el otoño,
pasmosamente lento,
la época mejor de nuestra vida
esa que, largamente,
nos va diciendo adiós.
Sabido es que sobre colores no hay nada escrito, así cada uno tenemos nuestra estación. Los hay que prefieren el verano, los hay que la primavera, cuantos el otoño por esa carga de morriña que desprende ese colorido y ese olor a humedad que provocan las primeras lluvias; por esos sabores de setas recién cogidas, de dulce de membrillo o del de las castañas recién asadas que nos trajimos del Bierzo.
Para otros, puede que sea la estación que peores sensaciones les provoca, cuando recuerdan aquel otoño cargado de sabores amargos consecuencia de un éxodo forzado, colores sepulcrales de las primeras lluvias que comenzaban a llenar un pantano que inundaría su valle, borrando de un plumazo su pueblo y sus raíces más profundas. Hablo de aquel otoño que habría la portillera para que entrara un invierno del que nuestros mayores y los más pequeños desconocían por completo el color que iba a tener.